martes, 2 de octubre de 2007

21 DE OCTUBRE: EL DÍA DEL DOMUND



UNA CARTA PARA REFLEXIONAR

Cuando era niño y llegaba el día de las Misiones, el domingo mundial dedicado a rezar y a solidarizarse con los misioneros, siempre me venía un deseo interior de hacer lo mismo que hacían esos misioneros.
Leía pequeñas historias que salían en las revistas a ellos dedicadas y dentro de mí seguía el mismo sentimiento de ser misionero; veía en ellos personas generosas y valientes.
El sacerdote del pequeño pueblo donde vivía nos convocaba a los niños y nos impartía catequesis especiales sobre los “testigos de la fe”; así llamaba a los misioneros.
Un día estábamos rezando y de pronto sentí en mi interior de niño una luz que me parecía no se apagaba; en ese momento el párroco nos indicaba que creer es llevar dentro la Luz de Jesús, porque él nos ha dicho que es la Luz del mundo. Desde entonces los momentos de oración se han convertido en los momentos más luminosos de mi vida. A pesar de las tinieblas y de las oscuridades que la misma vida lleva consigo, esta Luz nunca se me ha ocultado.
Creer no es algo que uno se impone, sino que es una luz, una gracia recibida que te invade y que nunca se apaga.
Cuando los discípulos estaban en el Cenáculo, faltaba Tomás, y Jesús se les aparecía resplandeciente de luz. Los discípulos refieren a Tomás lo que han visto y sentido, y él no cree.
Por eso la fe no se puede explicar, sino que se ha de experimentar, y la forma mejor, en quien la tiene, es mostrarla, regalarla y ofrecerla sin imponerla.
Cuando Tomás ve a Jesús, porque la fe te hace ver a Jesús, siente entonces que el mismo Cristo le abraza asegurándole que serán felices los que crean aun cuando no lo vean como él lo está viendo. No es necesario “verlo” para sentirlo, puesto que hay cosas que no se ven pero se sienten.
La luz de la fe es más fuerte que cualquier visión que pueda existir. Cristo es más resplandeciente que la misma luz del sol, no tiene parangón.
El sacerdote de mi pueblo nos contaba a los niños la vida de Jesús con tal convicción que nos dejaba “con la boca abierta”. No eran narraciones bonitas como pudieran ser los cuentos o las fábulas; nos ayudaba a hacernos amigos de un Amigo que nunca habíamos conocido y del cual recuerdo que lo tuve como el mejor compañero.
Creer, por lo tanto, no era saber muchas cuestiones o hacer cosas extrañas, sino vivir una amistad que vale más que ninguna otra cosa.
En muchas ocasiones, a escondidas, me escapaba de casa para ir a visitarlo a la iglesia de mi pueblo, porque el sacerdote me decía que en el Sagrario –muy escondido–, allí estaba Él.
Era verdad, yo le sentía muy cercano. No me hablaba pero me entendía, no jugaba pero me divertía, no estudiaba pero me enseñaba, no me acariciaba pero me amaba, no le veía pero le sentía, yo le miraba y él me sonreía, me ayudaba y no me daba cuenta. ¡Qué feliz era cuando estaba a su lado! ¡Qué dicha la de creer!
Y la vida fue haciendo mella en mí. Pasé por el seminario y a los 26 años Dios me dio el regalo del sacerdocio. No era digno de tal don, pero el Señor siempre se hacía más cercano a mi vida; su Luz nunca se apagaba, y por muchos defectos que sin duda hay en mí, nunca observé que me reprochara, sino que siempre me acogía como el padre al “hijo pródigo”. La dicha que ha desbordado mi vida se la debo al gran regalo de la fe. ¡Cuánto le ruego a Cristo, en los momentos de plegaria, para que regale a muchos –a todos– la dicha de creer!
Con el tiempo sí que he ido comprendiendo que la fidelidad al amor de Dios es el cultivo de una fe fresca y lozana.
La fe es una conquista diaria y si no se alimenta se pierde. Conviene regarla con los sacramentos y con la escucha de la Palabra de Dios, pues de lo contrario nos puede suceder como a Tomás, que estaba obcecado en no creer, porque quería palpar a Cristo con sus manos y verle con sus propios ojos humanos.
Recuerdo que en una ocasión un joven me decía que él no creía porque Jesucristo era alguien a quien él no podía ver; me habló mucho tiempo dando una serie de razones. Al final de sus reflexiones le pude responder que cuando se ama se logra ver y le invité para que hiciera esta experiencia; ahora es un buen sacerdote. Si dejo de amar, dejo de ver. Cristo dice: “A quien me ama, me manifestaré, vendremos a él y haremos morada en él”, y habla de la presencia de la Trinidad que está en lo más íntimo del ser humano.
La fe tiene ojos más sutiles que los propios ojos de la carne; por ello, “dichoso el que crea sin haber visto”. Y para ver a Cristo no se ha de olvidar que en la persona está presente porque, desde que Dios-Encarnado se ha hecho historia viva del género humano, ha tomado en sí y sobre sí toda la realidad positiva y negativa que hay en el mismo. No por menos el Evangelio nos recuerda que cualquier cosa que hagamos a los demás, es al mismo Cristo a quien se le hace.
La fe es operativa en una doble dimensión, en el amor a Dios y el amor al hermano.
Celebramos el DOMUND 2007 y hemos pensado que debíamos lanzar un reto a todos los españoles, y es el de buscar la dicha auténtica y verdadera en la fe.
Tal vez nos podemos dejar llevar por lo superficial de la vida o por lo simplemente material o por los gozos provocados por el hedonismo o por vivir cómodamente. Los frutos de tal estilo de vida pueden ser muy amargos; si no se da sentido profundo a la vida, ésta se hace pesada y hasta puede llegar a hastiar. Sólo quien se pone cara a cara y confía en el amor de Dios, como le sucedió a Tomás, puede decir: “¡Señor mío y Dios mío!”.
Es el mejor momento para manifestarle nuestro cariño y amor, y como consecuencia vendrán el gozo, la alegría y la dicha, pues será el revulsivo que sentirá nuestro corazón.
Que esta Jornada Mundial de las Misiones que celebramos el día 21 de octubre y para la que nos preparamos durante todo el mes, la vivamos poniendo la vista en el rostro de Cristo, que nos dirige su mirada como lo hizo con Tomás y hará posible que sintamos la dicha por haber creído; esto provocará en nosotros mayor ilusión para ser misioneros de la mejor noticia que podemos anunciar y es la de que Cristo ha resucitado y está presente con nosotros y entre nosotros.
Por Monseñor Francisco Pérez GonzálezArzobispo Castrense y Director Nacional de OMP

1 comentario:

Anónimo dijo...

Paz y Bien para todos,
Mi nombre es Sergio, soy el coordinador nacional de la Juventud Franciscana de Colombia y me alegra mucho leer cartas como esta, ya que soy un creyente total de tener Alma Misionera y de tener la capacidad de mirar al otro con ojos de paz y bien porque papá Dios está allí.

Feliz Día de las Misiones y pidamosle que nos lleve donde los hombres necesiten sus palabras.
sergiou01@hotmail.com

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